miércoles, 4 de marzo de 2009

Ya ni se...

Pues resulta que pasadomañana – técnicamente mañana – me voy a St. Augustine, Florida, un pequeño pueblo a dos horas de Orlando, donde este fin de semana se llevará a cabo el primer Harvest Of Hope Fest, que beneficia a la asociación Harvest Of Hope, que ayuda con apoyos financieros a inmigrantes trabajando en la industria del campo en los Estados Unidos.

Van a tocar muchos de mis grupos favoritos contemporáneos, incluyendo The Gaslight Anthem, The Mountain Goats, Lucero, Strike Anywhere y None More Black, leyendas como Bad Brains, grandes bandas que fueron muy importantes en mi vida como Less Than Jake y Proopagandhi y proyectos musicales increíbles de amigos como Against Me!, The Bouncing Souls y División Minúscula.

Ahora bien, la contraparte: El dólar está carísimo, no llevo mucho dinero y no tengo donde quedarme los dos primeros días (A partir del sábado me quedaré en casa de mi amiga Heather, pero es momento que aún no me he puesto de acuerdo bien con ella):

Así es esto del rock n’ roll, así es esto de la aventura. Hace rato le mencionaba a mi amiga Ileana que probablemente ya este muy viejo para esto, pero como ella sabiamente agregó: “Una más y ya”.

Últimamente he tenido que defender mucho a Brian Michael Bendis, pero ¿Saben? Quien diga que no esta escribiendo bien ahorita, se esta engañando.
Estoy disfrutando muchísimo todo lo que esta haciendo. En realidad casi todo lo que esta pasando por Marvel (exceptuando todo lo relacionado con X-Men).

Ya vienen los playoffs de la NBA. Cavaliers campeones si llegan sanos a los playoffs. Si no, son Lakers, seguido de los Celtics y atrás Orlando y San Antonio.

Actualmente disfruto mucho de The Pains Of Being Pure At Heart. Espero con ansias lo nuevo de Green Day, Against Me!, Mastodon, el nuevo DVD de The Hold Steady

Ya casi voy a poder revelar quien será la próxima banda que traeré, tengan mucha paciencia.

Necesito un corte de pelo el día de mañana. Que pinta será un día largo.

lunes, 2 de marzo de 2009

Dos Abejas...

Era un viernes como cualquier otro. No tenía ningún plan para el resto del día, mas lo que hiciera un día cualquiera: ver televisión, leer, escribir, escuchar música.
Eran aproximadamente las cinco de la tarde cuando entré al baño. Dos abejas volaban alrededor del foco que alumbra el espejo frente al lavabo.
Y es que es común ver abejas en esta casa, por lo menos así ha sido durante estos últimos años. Algo que nunca me había molestado, ellas hacían lo suyo y yo lo mío y nadie resultaba afectado.

Una de las abejas era más ruidosa que la otra. Su patrón de vuelo era más errático y gallardamente se acercaba a mi cara, como retándome, como si no tuviese el menor resguardo por conservar su vida.
No me moví. Es bien sabido que si no haces movimientos súbitos, ni las atacas, estos insectos seguirán con su vida, probablemente buscando una flor que polinizar o una luz que adorar. Empezó a caminar alrededor de mi boca y no sabía que hacer. Si me movía o la intentaba matar, sin duda atacaría. Por lo que continué estático como estatua.
Y sin motivo aparente me atacó, insertando su aguijón en la parte inferior izquierda de mi labio.
La primera reacción de mi cuerpo, fue una lágrima involuntaria que rápidamente descendió por mi rostro, el dolor no fue fuerte, sin embargo desde el primer instante sentí que algo no estaba bien.
Abandoné el cuarto lo más rápidamente posible, en caso de que su compañera decidiera terminar lo que su pronta difunta amiga había iniciado (las abejas mueren inmediatamente pierden su aguijón). Baje hasta la sala, donde me acerque a un espejo y trate de quitarme el aguijón de forma que el veneno no entrará en mi. Demasiado tarde. Sentía que algo no estaba bien.
Mi hermana al verme, supo lo que había pasado y corrió a llamar al doctor.

Lo que aconteció después es aún confuso y créanme cuando asevero que no existe la menor exageración en mis palabras.
Mientras mi hermana hablaba con el doctor, salí a tomar aire al patio de la casa.
Mis piernas de un instante al otro se sintieron como de hule y perdí cualquier fuerza para mantenerme de pie, empezando a sentir mucho calor, principalmente en las orejas.
Esta sensación fue tan extrema que tuve que quitarme primero la playera, hasta quedar solamente en ropa interior y recostarme sobre el piso para refrescarme de tan primitiva forma.
Ahora estaba en el suelo, sudando la gota gorda y la respiración se complicaba más y más con cada segundo que acontecía.
En ese momento fue cuando llegó un pensamiento que nunca había cruzado mi cabeza de manera real: “Voy a morirme. Voy a morir en este instante.”
Me arrastré, como si de alguna forma dicho esfuerzo simbolizará una último esfuerzo por sostenerme como fuese posible a la vida. “No puedo morir” pensé. “Por mi Mamá, además la semana que entra me voy a Harvest Of Hope… Este no puede ser el final” cada vez más decidido y convencido que no era la hora. “No moriré”.
Decidí juntar las pocas fuerzas que me quedaban. Levantarme y caminar para poder acostarme en el sillón de la sala, del cual ya no pude moverme. Mi hermana me quería llevarme al doctor y solo pude juntar suficiente fuerza y respiración para rápidamente formular una serie de palabras que dieran a entender que no podía moverme y el doctor tendría que venir.

Minutos que asemejaron horas transcurrieron y el respirar era la actividad más difícil que había realizado en mi vida. Consecuentemente mi corazón latía cada vez más rápido y fuerte, como si su intención fuera salir de su caja toráxica y explotar en medio de la sala.
Para ese entonces mi cuerpo estaba hinchado en su totalidad, el color había desaparecido de mi cuerpo y el color de mis uñas se había tornado morado.
Sudaba y sudaba y no encontraba la forma de que el calor fuera menos incomodo. Por el fin el doctor llegó y lo primero que hizo fue preguntar mi nombre. Traté de contestar, sin éxito alguno, por lo que el volvió a formular de manera enérgica mientras escuchaba como retumbaba mi corazón por medio de su estetoscopio.
Repitió la pregunta una tercera vez hasta que entre respiraciones forzadas y jadeos pude decir un breve “Chema”.
Muy bien Ramón, prepara tu brazo que ahí va la inyección. No se como, pero pude volver a exclamar Chema, esta vez de forma más clara y alta. Supongo que no podía vivir con el hecho de que me llamasen Ramón.
Ni siquiera tuve oportunidad de avistar la aguja, pero mi hermana asevera que era la más grande y gruesa que haya visto en su vida y me inyectaron de un solo golpe, al más puro estilo de Pulp Fiction.

Llámenlo placebo, pero mientras la medicina entraba a mis venas, yo inmediatamente sentí un confort inmenso, como si supiese que aunque aún me sentía peor que en mi vida, sobreviviría de alguna forma.

Cada vez el calor era menor y aunque aún respirar era la tarea más complicada del mundo, por lo menos el aire entraba. Algo que segundos antes no pasaba.
Para ese entonces el doctor ya se había ido y mi hermana con el. Inmediatamente después que ellos salieron, mi Mamá llego espantada del trabajo.
Lentamente le explique lo que paso y me cuido, pero el calor tan intenso que apenas unos instantes me agobiaba, se convertía en el frío más intenso que haya sentido en mi vida. Los dientes literalmente temblaban sin control, aunque por lo menos el acto de respirar se volvía más sencillo, aún lejos de considerarse como normal.

Aproximadamente a las ocho, todo volvió a la normalidad, con la excepción de un cuerpo hinchado y un mareo terrible cuya única consecuencia lamentable fue el perderme el concierto de mis amigos División Minúscula en el Teatro Metropolitan.

Prendí la televisión y en Futurama pasaron el capitulo de la abeja, donde uno de los personajes tiene un coma inducido por un piquete de abeja enorme.
Y no, a mi no me pareció para nada gracioso.